«La infancia es el suelo sobre el que caminaremos el resto de nuestra vida» (Lya Luft)
La terapia infantil ayuda a los niños y niñas a comprender y manejar sus emociones, sus comportamientos y pensamientos en función de su nivel de desarrollo, fortaleciendo su autoestima y habilidades sociales.
En MCA Psicología sabemos que dar este paso es una decisión importante, por lo que nos adaptamos a las necesidades de cada niño o niña y utilizamos métodos creativos y adaptados a su nivel de comprensión.
En una primera entrevista recogeremos información desde vuestra perspectiva como adultos, luego en un espacio en el que vuestro hijo o hija se sienta cómodo y seguro identificaremos las dificultades y estableceremos los objetivos a trabajar durante la terapia. Los padres y madres seréis incluidos para trabajar en la dinámica familiar y recibiréis orientación para entenderles y estrategias para poder apoyarles en sus cambios.
Ansiedad o miedo constante: Se muestra excesivamente preocupado o teme situaciones que no parecen amenazantes (como separarse del padre o de la madre)
Cambios de ánimo extremos: Pasos de tristeza, ira o irritabilidad que afectan su día a día.
Baja autoestima o comentarios negativos sobre sí mismo/sí misma o sobre sus capacidades.
Explosiones de ira, frustración o incapacidad para controlar emociones intensas.
Sensación de que no sabe cómo expresar lo que siente o lo hace de forma inadecuada.
Rabietas frecuentes o intensas: Comportamientos descontrolados o fuera de lo típico para su edad.
Agresividad: Golpes, mordiscos o comportamientos violentos hacia otros o consigo mismo.
Desobediencia constante a normas o límites.
Aislamiento social, rechazo a jugar o interactuar con otros niños y niñas. Preferencia por estar en soledad la mayor parte del tiempo.
Pérdida de interés en actividades que antes disfrutaba.
Dificultades para hacer amigos/as o relacionarse con otros niños y niñas, o conflictos frecuentes.
Problemas de atención, concentración o aprendizaje.
Negativa persistente a asistir a la escuela o conflictos constantes con maestros/maestras y compañeros/as.
Quejas físicas recurrentes (como dolores de cabeza o estómago) relacionadas con el estrés escolar.
Sufrir exclusión o bullying.
Divorcio, separación o conflictos entre los padres, nacimiento de un hermano o hermana.
Pérdida de un ser querido o mascota, o duelo prolongado.
Mudanzas o cambios importantes en la rutina.
Exposición a eventos traumáticos, como accidentes, violencia o abuso.
Pesadillas recurrentes, dificultad para dormir o insomnio.
Pérdida de apetito o problemas alimenticios como comer en exceso
Comportamientos regresivos, como volver a mojar la cama o chuparse el dedo.
Jugar repetidamente a situaciones traumáticas (por ejemplo, un accidente o pelea).
Preocupaciones constantes o dificultad para relajarse.
